La cultura de la cancelación woke lincha socialmente a cualquier disidente, generando un clima de miedo que coarta la libertad de expresión.
El movimiento woke surgió en las universidades estadounidenses de élite a finales de los años 60, impulsado por académicos posmodernistas como Michel Foucault o Jacques Derrida. Sus ideas calaron especialmente entre los estudios de género, raza y poscolonialismo. Pero no fue hasta la década de 2010 cuando esta ideología pasó de los campus a las calles, convirtiéndose en un fenómeno de masas.
Uno de los conceptos fundamentales del wokeísmo es la "interseccionalidad", acuñado por Kimberlé Crenshaw. Según esta noción, las múltiples identidades de una persona, raza, género, orientación sexual, etc., se entrecruzan para ubicarla en una posición concreta dentro de la jerarquía social. Así, una mujer negra y lesbiana se encontraría en lo más bajo de la escala, al sufrir opresión por su condición racial, de género y sexual.
Esta obsesión por catalogar a las personas en función de características inmutables lleva a los activistas woke a cometer verdaderas arbitrariedades. Un caso famoso fue el de la poeta Amanda Gorman, quien exigió que sus traductores al español fueran mujeres jóvenes, negras y activistas. Se priorizaba así la "interseccionalidad" por encima de la competencia profesional.
Otro pilar del movimiento es la idea de que el lenguaje dominante es intrínsecamente opresor y debe ser reformado. De ahí propuestas como eliminar el uso genérico del masculino en español o referirse a grupos mixtos como "niñes" y "todxs". Se trata de politizar incluso la gramática, incurriendo en verdaderos disparates lingüísticos.
Los activistas woke también rechazan la existencia de verdades objetivas. Para ellos, toda ideología o sistema de pensamiento dominante no es más que una "episteme" creada por un grupo de poder para perpetuar su supremacía. Así, descalifican los fundamentos racionales e ilustrados de la civilización occidental tildándolos de patriarcales y colonialistas.
Esta desconfianza absoluta en el conocimiento científico y en la razón lleva a planteamientos surrealistas. Como que las matemáticas son racistas y coloniales, o que la puntualidad es una noción capitalista y opresora. Incluso se organizan cursos universitarios para "descolonizar" disciplinas como la química o la ópera.
Quizás el aspecto más peligroso del wokeísmo sea su cultura de la cancelación, donde se lincha socialmente a cualquier disidente. Da igual que se trate de un lapsus, un chiste antiguo o una opinión matizada, la turba woke convierte al crítico en un paria absolutamente malvado al que hay que destruir.
Esto genera un clima de miedo que coarta la libertad de expresión. Son incontables los profesores universitarios, artistas o empleados anónimos que han sido despedidos o marginados por expresar alguna duda sobre el credo woke. Paradójicamente, quienes dicen batallar contra la opresión son los primeros en oprimir.
En definitiva, el movimiento woke representa una seria amenaza para la convivencia democrática y el debate razonado. Promueve una visión infantil y maniquea del mundo, dividido en buenos y malos, sembrando el camino hacia una sociedad tribalizada e irracional.

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