Sobre cómo el aborto, las esterilizaciones y la promoción de sexualidades estériles conducen al decrecimiento y el subdesarrollo. El ejemplo chino es una alerta que nos indica lo que va a suceder si se sigue ese camino.
La reducción sostenida de la tasa de reemplazo poblacional, es decir, el número promedio de hijos que tienen las mujeres en edad fértil en una población, puede acarrear muy serias consecuencias económicas, sociales y geopolíticas para cualquier país o región que la experimente.
China es el ejemplo existente más claro y aleccionador de esto actualmente en el mundo. Durante casi 40 años, desde 1979 hasta 2015, China implementó y sostuvo la conocida como política del hijo único, la cual prohibía a la gran mayoría de parejas chinas tener más de un solo hijo, en un polémico e intrusivo intento del gobierno por controlar y reducir drásticamente el crecimiento demográfico.
Esta controversial política incluyó el uso generalizado de abortos y esterilizaciones forzadas, sobre todo en las zonas rurales. También dio lugar a severas multas monetarias, despidos laborales, destrucción de propiedades, prisión e incluso casos de violencia física contra quienes se atrevieran a incumplir la estricta regla.
Si bien con el tiempo la política logró efectivamente reducir de forma significativa el crecimiento poblacional de China, que era visto por el gobierno como un obstáculo para el desarrollo económico, también tuvo numerosas y muy negativas consecuencias sociales y demográficas para el país.
En primer lugar, provocó un importante desequilibrio en la distribución por sexos en la población, ya que social y culturalmente siempre se prefirió tener hijos varones en vez de mujeres. Esto se tradujo en que actualmente existen al menos 30 millones más de hombres que de mujeres en China.
En segundo lugar, la política del hijo único aceleró peligrosamente el envejecimiento de la población china, al reducir drásticamente la proporción de niños y jóvenes. Hoy, más de 260 millones de chinos tienen 60 años o más, y se espera que esta cifra aumente a 300 millones en sólo 5 años más.
Pero quizás el efecto más dramático fue la caída libre de la tasa de natalidad del país, que paso de ser de casi 3 hijos por mujer a menos de 1,5 en apenas 20 años. Esta bajísima tasa de reemplazo poblacional augura graves problemas económicos y sociales para China en las próximas décadas.
Ante la alarma que generaron estas consecuencias imprevistas, en el año 2015 el gobierno chino finalmente suavizó la otrora inflexible política a tan solo 2 hijos por pareja. Pero para entonces ya era demasiado tarde, la inercia demográfica estaba instalada y la tendencia no logró revertirse.
Incluso hoy, 8 años después del cambio de política, los últimos datos del censo nacional muestran un crecimiento poblacional casi nulo, con apenas 1,3 hijos por mujer, una tasa similar a la de las sociedades más envejecidas de Europa Occidental. Lejos quedaron los tiempos de crecimiento vegetativo superior al 2%.
Esta dramática caída de la tasa de reemplazo poblacional en China, fruto de décadas de políticas equivocadas, está teniendo y tendrá graves consecuencias económicas y sociales para el país más poblado del mundo.
En lo económico, China está perdiendo aceleradamente el llamado dividendo demográfico, es decir, los beneficios económicos que trae consigo el tener una población mayoritariamente joven y en edad de trabajar, que es abundante, barata, dinámica y productiva.
Al frenarse drásticamente el número de nuevos trabajadores, se reduce el potencial de crecimiento. Además, la fuerza laboral actual está envejeciendo rápidamente. Se estima que para 2050 la población china en edad de trabajar se habrá reducido en 200 millones de personas.
Simultáneamente, se acelera peligrosamente el envejecimiento poblacional, lo que ejerce una presión fiscal gigantesca sobre los sistemas de pensiones y salud pública, que deberán dar cobertura a cientos de millones de nuevos adultos mayores en las próximas décadas.
Ante este sombrío panorama demográfico y sus derivaciones económicas, el gobierno chino finalmente ha comenzado a reaccionar, aunque sus políticas distan de ser suficientes. Desde 2021 permite y alienta oficialmente a las parejas a tener hasta 3 hijos.
Sin embargo, son pocos los expertos que creen que esta medida pueda revertir la tendencia, dado los profundos cambios culturales experimentados y el altísimo costo que implica para una familia urbana educar y criar a un hijo en las grandes ciudades chinas.
De hecho, las principales metrópolis y centros económicos de China, como Beijing, Shanghai, Guangzhou y Shenzhen, están experimentando por primera vez en décadas una concreta reducción de sus poblaciones.
Esto se debe a que, ante la desaceleración económica y la falta de oportunidades laborales, miles de migrantes trabajadores están regresando a sus provincias y pueblos de origen, especialmente en el oeste rural, en busca de un menor costo de vida.
En cambio, algunas ciudades chinas de segundo orden y capitales provinciales del interior, como Chengdu, Wuhan o Nanjing, aún están creciendo levemente en cantidad de habitantes, gracias a que ofrecen más oportunidades de empleo y salarios decentes, aunque sus perspectivas a largo plazo tampoco son muy alentadoras.
Por otro lado, a pesar de los recientes cambios en la política de natalidad, la tasa de natalidad de China en su conjunto sigue estancada en niveles muy bajos, inferiores a 1,5 hijos por mujer. Al mismo tiempo, la cantidad de matrimonios celebrados cada año también viene cayendo sostenidamente.
Frente a este complejo contexto, el gobierno central y los gobiernos provinciales chinos han comenzado a implementar una batería de incentivos económicos y sociales para tratar de atraer a jóvenes talentosos a las grandes urbes, como subsidios para compra de vivienda, beneficios laborales y exenciones impositivas.
También se han eliminado gradualmente algunas restricciones administrativas para facilitar la migración interna de personas desde regiones rurales a las prósperas áreas urbanas costeras del este, con la esperanza de aumentar la densidad poblacional en las mismas.
En conclusión, el caso de China y su drástica caída de la tasa de reemplazo poblacional en las últimas décadas ilustra de manera aleccionadora los profundos riesgos y peligros económicos, sociales y geopolíticos asociados a un "invierno demográfico".
Queda demostrado lo extraordinariamente difícil que resulta revertir una tendencia demográfica nociva una vez que la misma ya se ha instalado por años en un país. Todo indica que China continuará atravesando las complejas consecuencias de su abrupta transición demográfica por muchos años más.
Los responsables de las políticas públicas en el resto de los países harían bien en estudiar y aprender de los errores cometidos por China, para evitar caer en los mismos. Resulta esencial monitorear de cerca los indicadores demográficos propios, y aplicar políticas activas que promuevan un crecimiento poblacional estable y sostenido.
De lo contrario, cualquier país que experimente un invierno demográfico como el actualmente en curso en China, se expone tarde o temprano a un severo riesgo en su prosperidad económica futura, en la estabilidad de sus sistemas públicos de salud y previsión social, y en su influencia e importancia geopolítica global. El caso chino es, en definitiva, un ejemplo que debe ser estudiado con detenimiento y que no debe ignorarse.

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