Sobre la metamorfosis de la sociedad, de valores heroicos y estoicos a la ideología victimista y hedonista dominante.
En el paisaje contemporáneo de la sociedad, emerge con fuerza un fenómeno insidioso, la persecución del pensamiento disidente y la imposición del «pensamiento único». A través de un complejo entramado que abarca el ámbito político, judicial y mediático, se forja lo que podría denominarse como una «Neo Inquisición». Un sistema que, en lugar de utilizar garras de acero, se apoya en sutiles mecanismos para influenciar y dirigir las corrientes de pensamiento, censurando, cualquier forma de crítica disidente.
Resulta inquietante constatar cómo este proceso parece ser gestado por una élite que ostenta el poder político y económico, sin haber sido elegida por la voluntad popular. Una élite que, en la sombra, busca erigir un totalitarismo de tintes suaves, sutilmente envuelto en las ropas de un nuevo orden moral. Este grupo se convierte en el artífice de una maquinaria que, paradójicamente, busca la uniformidad de pensamiento en nombre de la diversidad y la tolerancia.
Los valores heroicos y el estoicismo, que alguna vez inspiraron a sociedades enteras y nutrieron la épica de antaño, parecen haber caído en desgracia. Se les tacha de obsoletos y repulsivos en un mundo donde una parte significativa de la sociedad ha abrazado el hedonismo como algo predominante y hegemónico. No solo se promueve el hedonismo desde la política y los medios, sino que también se fomenta simultáneamente el rechazo al estoicismo. Esto ha llevado a que el hedonismo se posicione como un valor superior en ciertas regiones y entre ciertos grupos. En un contexto donde el mundo enarbola la moralidad como su estandarte, las acciones no logran reflejar este virtuosismo proclamado. Surge así una discordancia inquietante entre las palabras y los hechos, un desajuste que se manifiesta en el espectáculo de exhibicionismo moral, promovido a través de la defensa de causas éticas y morales elevadas. Sin embargo, esta representación a menudo se reduce a meras palabras vacías, utilizadas para exhibir una supuesta superioridad moral, sin que esto se traduzca en acciones concretas.
En medio de este paisaje ideológico, la ideología victimista ha emergido como el protagonista dominante. Aprovechándose del poder de las imágenes audiovisuales, esta ideología transforma tragedias en eventos globales, inundando la esfera pública con una sensiblería humanitarista que, a veces, se aleja de la genuina empatía y se acerca peligrosamente a la explotación emocional.
La lucha contra la discriminación y la promoción de la tolerancia son propuestas que suenan loables. No obstante, es crucial analizar con profundidad la noción de tolerancia. Tolerar no significa fomentar activamente lo que se tolera, sino más bien soportar en el sentido estoico, como se soporta un dolor físico. En este sentido, el discurso moderno sobre la tolerancia parece haberse desviado de su significado original, al promover activamente aquello que, en realidad, deberíamos esforzarnos por eliminar.
Es fundamental reconocer que existen discriminaciones justas y necesarias. Un ciudadano puede disfrutar de ciertos derechos y prerrogativas en virtud de sus obligaciones y responsabilidades con la sociedad. Por lo tanto, no todas las discriminaciones son inherentemente injustas, y es importante abordar esta distinción con claridad.
En este clima de la era de la victimización, la figura de la víctima ha adquirido una centralidad impresionante en la esfera pública. Se la reconoce, se la trata y se la explota simbólicamente en una dinámica que ha modificado las dinámicas de poder y reconocimiento en la sociedad contemporánea.
Sin embargo, el panorama se complica aún más con la proliferación de ONG supuestamente humanitarias, empresarios millonarios y Estados que adoptan la lógica victimista para respaldar sus agendas. Esto da lugar a una paradoja, ya que muchas veces estas fuerzas, bajo el pretexto de proteger a las víctimas, promueven agendas y causas que pueden tener un impacto negativo en la humanidad.
En esta era de la competencia victimista, grupos diversos compiten por presentar sus causas como las más injustas y, por ende, dignas de reparación. Sin embargo, esta competencia puede llevar a una banalización de las víctimas. En este sentido, es crucial distinguir entre las verdaderas víctimas y las falsas, que son utilizadas como piezas en un juego de victimización restauradora.
Lo más preocupante es la manera en que estas falsas víctimas son tratadas como héroes, incluso llegando a erigir memoriales y monumentos en su honor. Este proceso distorsiona la idea de héroe, desplazando a figuras que merecen reverencia y reconocimiento legítimos.
En esta compleja red de dinámicas, la verdad oficial puede transformar a estas falsas víctimas en mártires, lo que lleva al surgimiento de un culto a las víctimas que se eleva por encima de las figuras heroicas. Las estatuas de héroes caen, mientras los templos a las víctimas se alzan en su lugar.
En última instancia, este proceso genera un terreno de confusión ideológica y desequilibrio moral. La necesidad de explorar críticamente estos conceptos y su impacto en la sociedad contemporánea es crucial para comprender y abordar los desafíos éticos y morales que enfrentamos en el mundo actual.

No hay comentarios: